Opinión | Global-mente

Quo vadis, Benjamin Netanyahu

Bibi Netanyahu, así se le conoce en Israel, lleva marcando la política del Estado hebreo desde 1996, cuando fue elegido primer ministro por primera vez. Halcón donde los haya, ha llevado a su partido, el Likud, a abrazar el nacionalismo más radical, al enfrentamiento más violento con los palestinos y a entregarse a la extrema derecha ultraortodoxa para formar el Gobierno más derechista de la historia de Israel. 

Antes de aterrizar en política Benjamin Netanyahu pasó por las Fuerzas de Defensa de Israel, el Tsahal, como todos los dirigentes de este país nacido con fórceps asistido por la ONU. En 1967 regresa de EEUU, donde vive su familia, para hacer el servicio militar en la unidad de élite Sayeret Matkal, como su hermano mayor Yonatan. En 1972 participa en el rescate del avión de Sabena, secuestrado en el aeropuerto de Tel Aviv, a las órdenes de Ehud Barak, ante quien perdería las elecciones en 1999.

De vuelta en EEUU, se gradúa en arquitectura y empresariales en el MIT, pero regresa a Israel en 1976 al morir su hermano en el comando que liberó a los rehenes del avión de Air France, retenido por militantes del Frente Popular para la Liberación de Palestina y de la banda Baader-Meinhof, en el aeropuerto de Entebbe, Uganda.

A Netanyahu nunca le gustaron los acuerdos de paz de Oslo, ni creyó realmente en la solución de los dos Estados y menos en su hoja de ruta que iba dando concesiones en señal de buena voluntad a los palestinos, antes de abordar la espinosa cuestión del estatus definitivo de Jerusalén. Pero la política es el arte de acomodarse, y siendo primer ministro por segunda vez, en 2009, dice que aceptaría un Estado palestino desmilitarizado. Claro que por entonces es Barack Obama el presidente de EEUU, el imprescindible valedor del Estado hebreo. 

Ah, pero cuando, en 2017, Donald Trump da un volantazo al reconocer Jerusalén como capital de Israel -en contra de la mayoría de países de la ONU- Netanyahu aplaude y califica la decisión de “valiente y justa”. De sobra sabía que era la estocada final a Oslo, que jamás de los jamases los palestinos aceptarían renunciar a Jerusalén Este.

Envalentonado, en 2018 consigue que la Knesset apruebe la ley que exige una mayoría de dos tercios para ceder parte de Jerusalén a los palestinos, y además el Likud pide acelerar la anexión de los asentamientos judíos ilegales en Cisjordania, territorio palestino ocupado desde hace más de medio siglo. A piedra a piedra, Netanyahu fue levantado muros para hacer inviable un Estado palestino. 

En 2022 consigue un sexto mandato de primer ministro a pesar de que fue formalmente imputado dos años antes por tres delitos de corrupción: fraude, abuso de confianza y soborno. Y para blindarse emprende una batalla contra la Justicia con una reforma que conculca la separación de poderes y pone a los jueces a merced del Gobierno. De nada sirvieron las protestas masivas, a las que se suman los reservistas y pilotos de la fuerza aérea que amenazan con negarse a presentarse sin son movilizados. En enero de 2024 el Tribunal Supremo anula una de esas leyes que califica de “daño severo y sin precedentes contra el corazón del carácter de Israel como país democrático”.  

Desde el 7 de octubre, la sociedad israelí ha cerrado filas entorno a su primer ministro, pero nadie sabe adónde les conducirá su azaroso liderazgo.