Opinión | POLÍTICAS DE BABEL

El campo prolonga su agonía

HOY TENDRÉ EL PRIVILEGIO de dirigirme a los estudiantes de la Universidad de Castilla-La Mancha a través de una conferencia en la que trataré de mostrarles cómo los problemas que evidencia el mundo rural actual no son nuevos, sino que vienen de atrás. Tal es así que han sido muchos los intelectuales que, lejos de ignorar cuestiones como la dureza del trabajo en el campo, o las dificultades con las que se han topado tradicionalmente nuestros campesinos y agricultores, decidieron formar parte de esas bolsas de resistencia que se crearon frente a las injusticias y a las desigualdades que llevan medio siglo asolando a los agricultores, y son fruto de un nuevo orden mundial supuestamente basado en el progreso y la modernización. Así, algunos como Miguel Delibes, James Dickey o Kenzaburo Oé, decidieron mostrar las virtudes y valores del mundo rural; otros, como Hermann Kant, recrearon un mundo utópico en el que el campesino logra su plena integración social; y muchos, como Alfonso Grosso, Cela o Yuri Nagibin, asumieron un punto de vista mucho más crítico, denunciando el desamparo del mundo del campo frente a la mirada inoperante de los que ostentan el poder político y económico.

Muy reseñable me parece la labor realizada a lo largo de toda su trayectoria creativa por el escritor y crítico cultural John Berger (1926-2017). Este autor británico, que pasó buena parte de su vida reflexionando sobre el mundo agrario desde su casa de la Alta Saboya francesa, nos legó una hermosa trilogía, Into Their Labours (1992), en la que recrea la “cultura de supervivencia” que caracteriza al mundo rural, frente a la “cultura de progreso” que representa la transformación tecnológica, la burocratización y la modernización del campo. La dura realidad que describe el autor en Pig Earth (1979), Once in EuropA (1983) y Lilac and Flag (1990), nos sirve de base para reflexionar sobre las dificultades que hoy día siguen afrontando quienes han decidido poner sus vidas al servicio de un contexto agrícola y ganadero cada vez más arrinconado, presionado y desamparado.

Las adversidades de nuestros agricultores, de las que ya he dado cuenta aquí (Agricultores en pie de guerra, ECG 03/02/2024), parecen perpetuarse. Y ni siquiera las últimas decisiones de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo han logrado responder a una serie de reivindicaciones justas y necesarias que han forzado la respuesta en las calles de un colectivo tan esencial como admirable. Las denominadas “protestas del campo” apenas lograron que las instituciones europeas rebajasen las exigencias de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y decidiesen frenar una normativa severa que aspiraba a reducir de manera drástica el uso de pesticidas. Sin embargo, quienes propician la base de nuestra alimentación, siguen siendo ignorados por instituciones y gobiernos, pese al impacto en sus labores de la inflación, la sequía, las inundaciones, y el aumento de los precios del gasoil, los seguros, la electricidad, los fertilizantes, o el transporte. Los problemas que padecen derivados de los acuerdos de libre comercio con terceros países, la regulación de productos que llegan de Marruecos, Argelia, o Túnez y que no están sometidos a la estricta Normativa europea, o las leyes que aseguren una cadena alimentaria justa, siguen sin resolverse. El tiempo pasa y los aprietos para el sector continúan. Ojalá las promesas electorales que puedan surgir a cuenta de los comicios europeos del próximo junio logren propiciar una Política Agraria Común (PAC) y un Pacto Verde Europeo (PVE) más comprensivos y equitativos.