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Teresa de Jesús y su castillo interior

    ESTE AÑO se celebra el quinto centenario del fallecimiento de Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Una singular mujer que dejó huella a lo largo de su paso por este mundo, sobre todo, en lo que concierne a la fe. Su revolución consistió en enfocar su atención en la espiritualidad profunda, en lugar del excesivo ritualismo que ponía más empeño en la forma en vez de en el fondo, porque una verdadera transformación, por pequeña que esta sea, requiere una visión que se dirija a las entrañas del ser humano. Como líder de la Contrarreforma, no quiso combatir el protestantismo, que en aquella época era visto como un movimiento peligroso, sino perfeccionar el espíritu de las comunidades religiosas donde era frecuente encontrar ausencia de vocaciones y falta de espacio para las labores verdaderamente importantes.
    No faltaron en su vida grandes obstáculos, pues era vulnerable a acusaciones como la herejía, por ser conversa y por su condición de mística. Su Biografía (1562), estuvo en manos de los inquisidores y su Libro de la vida, tenía el propósito de ser una confesión judicial que exigían los inquisidores cuando se investigaba a un acusado. Esta no fue la única batalla que tuvo que ganar en el seno de la propia iglesia a la que pertenecía, sino que como mujer, tenía que ocultar su sabiduría para no ser vista como una amenaza. Por eso insistía en su ignorancia o torpeza propias de su sexo en sus escritos. Puede que esto fuera un recurso retórico, pero a mi juicio, creo que su nivel de conciencia era más elevado que el de otros religiosos de su tiempo.
    Para Santa Teresa, el alma era igual que una mariposa que vuela irremediablemente hacia la luz, vivía y moría al mismo tiempo, porque era consciente de que todo pertenecía a un único centro creador y ese era el secreto de las siete moradas del castillo interior, el saber que nunca hay trayectoria directa o segura para hallar el verdadero camino. Especialmente, cuando el racionalismo científico podía arrasar los cimientos de la fe, llevándose consigo el arraigo que siempre había tenido en la gente sencilla. Santa Teresa, era consciente de los excesivos formalismos del momento, en materia de fe, y se encaminó hacia un peregrinaje tan agotador como apasionado. Como ella sugería: “el aprovechamiento del alma no está en pensarlo mucho, son en amar mucho”. No es un deleitarse en la mera contemplación –como los filósofos- ni tampoco mortificarse hasta que el alma quede seca, sin sentir su vuelo, por rehuir del mundo. Siempre hay lugar para el término medio.
    Por eso en su obra hay un mundo lleno de curiosidad, de capacidad dialógica, de manifestación de todo lo aprendido. Su testamento religioso nos lo ha legado por la vía de la experiencia de su vida interior. Son los frutos por los que se puede valorar el sentimiento de una vida lograda en la España del s. XVI. Admiro a esta singular Doctora de la Iglesia, porque no huye de sí misma y cuando se la lee con verdadera atención, se aprecia la recuperación de un subgénero literario llamado confesión, cuyo máximo exponente era S. Agustín. Un monumento a la teología mística “diamante y muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas”- Santa Teresa dixit.
    (*) Licenciada en Humanidades e investigadora.http://blogs.elcorreogallego.es/aduermevela

    14 feb 2015 / 18:10
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