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Nacionalismo e internacionalismo

    ESO del internacionalismo está muy bien, siempre lo estuvo, o al menos así me lo pareció a mí; claro que nunca creí demasiado en él. Aparentemente es la superación de los acartonamientos propios de los nacionalismos, que los hay, vaya que sí, pero me da la impresión, tenue pero eficaz, de que sin naciones no puede haber internacionalismo alguno.

    Es cierto y contumazmente repetido hasta el hartazgo que el nacionalismo se cura viajando… por distintas y variadas naciones, de ser posible, claro. Por eso me temo que esta reflexión de hoy acabe provocando náuseas, a unos, escepticismo a otros, aburrimiento a todos, y escaso solaz a este cronista de lo que no sucede nunca y, las más de las veces, ni falta que hace que suceda.

    El caso es que mis afectos están en la lengua que hablo y siento, sí, pero también en la que pienso y que no siempre son la misma. El caso es que mi patria no está en ella, en mi lengua, sino en mis ideas, en comunión con todas aquellas que se le aproximan y en discrepancia con todas las que de ellas se alejan; más cuanto más lejos estén de ellas. Mis prójimos no son mis vecinos, ni los de mi barrio, quienes, siéndolo, no están más próximos a mi corazón que aquellos que, viviendo en lejanas latitudes, piensan y sienten como yo siento y pienso. Ellos constituyen mi patria.

    Claro que, como en el caso del internacionalismo, como en la necesidad de naciones que lo amparen y sostengan, tienen que existir sistemas de ideas que permitan que yo me sienta próximo a unos, distante de otros, semejante a todos. Mi patria son mis ideas y que estas deben permanecer en evolución constante. Por eso sé que las naciones cambian y que no son lo mismo con Hitler que con Merkel, por mucho que eso que algunos llaman el genio de la raza pueda despertar similitudes que nos entretengan a la hora diletante del café. España tampoco fue la misma con Suárez y González que con Aznar y Zapatero, ni mucho menos. Y poco que ver la de Franco con la de Alfonso XIII, o eso me parece a mí.

    Al menos yo no me sentí igual
    –y dicen que el patriotismo es una cuestión de sentimiento, dicen, aunque yo no lo crea enteramente– en unas que otras Españas. Hubo alguna en la que yo no me podía sentir muy español porque no podía sentirme muy gallego –las gradaciones pónganlas ustedes– y ahora hay gente que no se puede sentir muy gallega porque algo hay en el ambiente que no le permite sentirse muy española. El problema es, pues, de dosis; de dosis de respeto y tolerancia; del sentido de la convivencia y del afán de concordia que tengamos y en que hacer del patriotismo una versión religiosa conocida como nacionalismo encierra un peligro grave al que personalmente me niego.

    Escritor, Premio Nadal y Nacional de Literatura

    12 jul 2012 / 20:12
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