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Poder Popular

    Antes de que se produzca el relevo de Gobierno, se ha asistido ayer a un relevo de pueblo. El que solía ser invocado en estas ocasiones solemnes no ha asistido, y en su lugar aparece otro que no estaba entre los invitados a las investiduras y demás fastos de postín. El futuro presidente rompe la etiqueta para dar entrada a una ciudadanía tapada por los mitos.

    Porque la apelación al pueblo mitológico era ya una costumbre a la que se plegaba todo el mundo. Había una tendencia, al parecer irresistible, a invocar un paisanaje legendario, a rendir tributo al pasado, quizá como consecuencia de que la legalidad autonómico se basó en el precedente de un plebiscito de otros tiempos.

    La principal virtud de Feijóo es sustituir la Santa Compaña por un pueblo de carne y hueso que en primer lugar merece que se le diga la verdad. El futuro presidente dejó de ser el OO9 de la campaña, para inspirarse en Vaclav Havel, un dramaturgo que también supo cambiar sus personajes de ficción, por los checos auténticos que hicieron de él un carismático dirigente.

    Feijóo presenta un panorama negro, que requiere una autonomía no concebida como fin en sí mismo, sino como instrumento. He ahí otro giro en el discurso habitual de sus predecesores, basado en una adoración del autogobierno que olvidaba que su legitimación depende de la eficacia que tenga para resolver problemas.

    El principal hoy en día es la crisis. El candidato lo recalca, con una generosidad hacia los salientes que no se tuvo con don Manuel durante la pasada investidura. De ese carácter un tanto altivo de don Alberto se esperaba una licencia para acusar y abrumar con la herencia bipartita; se aguardaba una autopsia descarnada, un auto sacramental que expiara el pasado.

    Hubo muy poco de eso; sólo ligeras alusiones que habrán defraudado a los amantes de la bronca y satisfecho al pueblo que hizo el cambio de guardia en el Parlamento. Si ese pueblo ya hizo su análisis, reflexionó y dictó sentencia en las elecciones, ¿por qué repetir el juicio a destiempo y fuera de lugar? El caso es que ese sacrificio ritual de los vencidos, que también formaba parte de los vie­-jos usos corrientes en estos acontecimientos inaugurales, no se repitió ayer.

    Tampoco el olvido de las propuestas electorales que pueden suscitar más polémica, como la derogacion del controvertido decreto que regula el gallego en la enseñanza. Mantenerlo supondría desairar a ese pueblo real que planea sobre el discurso, para congraciarse con otro quimérico que posee más altavoces que votos.

    Curiosamente, por ahí fue el primer reproche que salió de labios de la oposición tras finalizar el monólogo. Comentaban los portavoces que Feijóo había sido congruente con su campaña y su programa. Enfatizaban que el speech reflejaba fielmente lo que era el PP. Palabras que podría suscribir encantado cualquier dirigente popular porque son de lo más elogioso.

    En el catón de la democracia representativa está esa congruencia y ese reflejo. Un Feijóo incongruente con sus ofertas al electorado, infiel a los postulados de su partido, no merecería la investidura. Esa extraña reacción indica que el pueblo mítico, hecho a la medida de algunos, todavía pervive en ciertas mentalidades.

    Por lo demás, fue el gran ausente de un discurso con poco pasado, mucho presente y bastante futuro, por cuyos mares no corrió la liebre. El candidato quiere casarse con la hermosa verdad.

    CLRODRIGUEZ@ELCORREOGALLEGO.ES

    14 abr 2009 / 21:57
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