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La dificultad de ser Michael Jackson

    En mis dos veranos de Milicia universitaria hubo duelo. Por Marilyn Monroe en agosto de 1962 y por Juan XXIII en junio de 1963. Más patente el de Marilyn, 36 años, que el de papa Roncalli, 82 años. La aglomeración de varones en Montelarreina y el morbo, juventud y pastillas de la Monroe lo hacen explicable. Mi quinta debe algo a ambos. A mi generación le llamó más la atención el Michael Jackson con su cara de muerto, sus pestañas pintadas y su peinado con raya en medio que sus buenas canciones y dotes de bailarín. Nosotros somos de la quinta de Elvis Presley -que murió, drogado y cebón a los 42 años- y, por tanto, más roqueros que raperos. Más Presley que Jackson.

    La gente chiquita criticamos, con envidia oculta, las extravagancias de los geniales y nos alegramos ocultamente de su caída prematura, que -decimos- ya anunciábamos. William Holden y Natalie Wood fueron mis muertos tempranos -y borrachos- más llorados.

    Es difícil ser guapo, rico y famoso durante décadas, siempre en el alambre a la vista del público, sin caerse. Los clásicos pregonaban la aurea mediocritas que hay que traducir por "dorada medianía" y excluye mediocridades. Es un modo de vida equilibrado, cultivador de virtudes personales, sociales y espirituales. Deseable pero ¿quién se mantiene en él, teniendo un pastón en el bolsillo, si no se lo enseñan y recuerdan a diario?

    30 jun 2009 / 23:15
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