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celtas sin filtro

Galicia en Copenhague

    Primo de Mariano, negacionistas y creacionistas varios, aquellos que únicamente ven en cabo Touriñán "prado y tojo", defensores de un modelo de crecimiento basado en el ladrillo, enemigos del transporte público, amigos del consumo a mansalva de combustibles fósiles, partidarios de la incineración de residuos sólidos, consumidores compulsivos e irresponsables domésticos que dejáis toda las habitaciones con las luces encendidas y mantenéis abierto el grifo del agua mientras os laváis los dientes:

    Rendios a la evidencia de que el cambio climático existe y está producido por los excesos de la civilización humana. Admitir que vuestras conductas están condicionadas por una cultura del consumo en la que la cantidad se impone a la calidad; el derroche al ahorro; lo artificial a lo natural; el ruido al silencio; la prisa a la calma... Admitir todo eso y mucho más, y repasar cuantas cosas se pueden hacer, desde que uno se levanta hasta que se acuesta, para ponerle remedio a tanto abuso. Exigirle a vuestros Gobiernos que hagan lo indecible porque la cumbre de Copenhague dé continuidad al protocolo de Kioto a fin de que se pueda llegar a tiempo de detener el deterioro del planeta.

    Quizá algo así fuera lo que diría el controvertido pensador austriaco Ivan Illich, si todavía hoy viviera. Fue Illich quien en uno de sus ensayos más brillantes, Energía y equidad(1974) escribió aquello de que un varón norteamericano típico le dedica más de 1.500 horas al año a su automóvil, en las que se sirve de él o trabaja para él, sin contar el tiempo que, a consecuencia de ello, pasa en el hospital, en el tribunal y en el taller. Las 1.50o horas le sirven para recorrer 10.000 kilómetros, lo que da una media de 6 km/hora.

    O sea, "la misma velocidad que alcanzan lo seres humanos que viven en los países que no tienen industria del transporte".

    El ejemplo, salvando las distancias, es válido para Galicia, un país en el que, aparte de las centrales térmicas, el transporte es el gran contaminador por la emisión de gases, debido a que la mayoría se hace por carretera y existe una tupida red de vía locales que involucran a sus casi 35.000 núcleos de población. El transporte gallego consume aproximadamente la mitad de la energía primaria total, un porcentaje que contrasta con el de la media de Europa, 32 %, debido al predominio de la distribución de mercancías por ferrocarril y barco.

    Y eso que Galicia tiene mar y rías bien resguardadas y es de las primeras comunidades autónomas en producción de energía hidráulica y energía eólica, ambas renovables. Pero su subsistema económico no fue pensado para aprovechar internamente esas ventajas comparativas en favor de un modelo de crecimiento basado en un modelo energético eficiente y limpio. Hay excedente energético y ese excedente se utiliza para exportar, con lo cual ni se rebajan las emisiones de gases contaminantes (su caída actual es puramente coyuntural y se debe a la crisis económica) ni se aprovecha para transformarla en bienes y servicios que supongan más riqueza y más puestos de trabajo.

    Si el modelo de crecimiento de la economía gallega incorporase el medio ambiente y el paisaje como valores, Galicia podría aprovechar la cumbre de Copenhague para ir por delante y beneficiarse de ello. Pero esos cálculos no entran en quienes nos gobiernan.

    LPOUSA@ELCORREOGALLEGO.ES

    08 dic 2009 / 21:24
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