Islamofilia buenista

YOUNES tenía veintiún años y vivía en Ripoll desde los cuatro, de padres marroquíes. Los catalanes queremos a Ripoll por su monasterio, su portada románica y su aquel de cuna de país. Sus compañeros dicen que Younes era majísimo y tranquilo. Lo sería, hasta que se pasó al yihadismo y se llevó por delante a una docena de paseantes en Barcelona, antes de caer abatido por la policía.
La convivencia de musulmanes con no musulmanes es espesa y variable, igual que lo es dentro del propio Islam. Leo los análisis de Samir Khalil: El Islam en el siglo XXI (2017) y Cien preguntas sobre el Islam (2003). El autor es un egipcio cristiano, árabe, estudioso paciente del Corán y de sus seguidores: Wahabistas, alauíes, muftíes, Al Azhar, el odio entre suníes y chiítas, la vida de Mahoma y el inmovilismo secular. Khalil destaca la ausencia de una autoridad interpretativa del Corán y la falta de modernización desde el siglo VII. Y su insufrible identificación entre religión y política. El Islam y sus seguidores están condenados a darse de morros con los ciudadanos de cualquier otra civilización. Hacen declaraciones de boquilla pero la convivencia está cargada de electricidad.
La marcha del sábado en Barcelona exhibía un lema único: “No a la Islamofobia”. Y mucha caña al rey Felipe, presentado como traficante de armas. Trascendía a consigna bien pagada y tuerta.
Profesor de instituto