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LOS REYES DEL MANDO

Escritores

    ESTUVE viendo los retratos de escritores del gran Asis G. Ayerbe (inauguraba ayer exposición en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés) y me pregunté si un rostro, un gesto, una sonrisa, una seriedad extrema, puede esconder el secreto de la escritura. La televisión apenas recoge imágenes de escritores, olvidados en este tiempo de espectáculo brutal. ‘Página 2’, claro, mantiene el pabellón literario en esa soledad catódica que, sin embargo, esconde fervientes seguidores. Óscar López busca escenarios para los escritores, como Asis G. Ayerbe: contextos, situaciones. Tiene suerte y puede entrevistarlos en palacios, en lugares lejanos y a veces exóticos. Pero Óscar López es la antítesis de la retórica ampulosa, del comentario al margen, de la cita erudita: no es fácil comportarse así en este terreno. Tiendes a mimetizarte con el autor ahíto de promoción y falto de sueño, pero no te mimetizas con su cansancio, sino con su literatura. Hace muchos, muchos años, entrevisté en un autobús a Javier Gurruchaga. Iba a dar un concierto, y me tomé al pie de la letra lo de ‘Viaje con nosotros’. Fue cosa de un par de kilómetros, del hotel a la plaza de toros. Yo iba rodeado de su coro de mujeres negras, él ya calzado con sus zapatos bicolor, no aún con sus chaquetas de fantasía. Por ser simpático lo entrevisté con su voz (la imitaba muy bien, y lo sigo haciendo), reconstruí sus freses, plagié su estilo descaradamente. En apenas unos breves minutos, ante el pasmo del coro y supongo que del cantante, me puse Gurruchaga total, sin llegar a cantar, eso sí, por el bien de la humanidad. Javier no dijo nada, no se rió (lo haría para sus adentros), ni me echó con cajas destempladas del autobús, siendo yo, como era, un pipiolo encantado de meter al entrevistado tan bien en su ambiente, o eso creía. Pero sucedió que sus respuestas fueron en voz baja, sin afectación ninguna, sin imitar, ni de lejos, su gran voz de ‘showman’ norteamericano. Cuando se despidió junto a la plaza de toros en la que se disponía a actuar, frente al portón del patio de arrastre (la realidad siempre tiene sus símbolos), me fui a casa con la sensación del fracaso. Habiendo estado yo tan en plan Gurruchaga, sin fallar un ápice, él se había comportado como una persona, no como su personaje: vamos, había estado normal. Pero, al menos, pensé, llevaba puestos sus zapatos bicolor. Ahora, después de treinta años de entrevistas, casi todas a escritores, uno regresa inevitablemente a las atmósferas. Ya no imitas voces ni gestos, pero tienes en cuenta sus gustos literarios, sus universos, sus pasiones y, si es posible, sus frases. Porque al final, una entrevista es una ceremonia de encuentro, una liturgia poderosa, una celebración de la intimidad. Como esos retratos, esas fotos, en los que Asís G. Ayerbe, quizás el mejor fotógrafo de escritores que conozco en este país, crea mundos, descubre luces y oscuridades, desvela secretos que la piel y los ojos y la boca y las manos de los escritores esconden. Todas las fotografías tienen una historia, alguna muy literaria. “Los escritores”, dice Ayerbe, “no son estrellas de cine, ni músicos. Están a medio camino de la fama, quizás tienen un gramo más de vanidad que la gente normal. Son perfectos para el retrato”. Y ahí están, mirándonos. Tienen algo que decir.

    07 mar 2017 / 00:51
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