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Juan Casares Long

    DECÍA BERTRAND RUSSEL que nadie cotillea acerca de las virtudes ocultas del prójimo. Por esa razón y porque la labor del historiador ha de ir más allá del mero cotilleo, cuando llega el momento de hacer el balance de la actuación como rector de Juan Casares, una vez culminada su labor de gobierno, será conveniente glosar únicamente lo que fueron hechos evidentes de un mandato convulso, polémico y errático, del que fueron corresponsables tanto quienes en él ejercieron la labor de gobierno como aquellas personas institucionalmente encargadas de llevar a cabo una labor de oposición que osciló entre una clara complicidad y una complacencia teñida de un toque sadismo, que se recreaba en contemplar los sucesivos errores que nadie podía ocultar.

    Todo comenzó cuando, retomando sin saberlo un viejo dicho de Gladstone, que afirmaba que “el matrimonio son dos personas en una y esa persona es el marido”, Casares decidió gobernar de un modo personalísimo, consecuencia quizás de su fuerte carácter, que le llevó a algo insólito en la historia de la USC, y es que el rector en poco más de un año había entrado en conflicto con su propio equipo de gobierno y con las bases que le apoyaban, de modo tal que sucesivamente fueron dejando su equipo la mitad de sus vicerrectores y colaboradores más cercanos. Así comenzó a dar la impresión de que el nuevo rector parecería querer enfrentarse a sus propios apoyos e intentaba tender puentes con aquellos a los que llevaba años criticando y a los que atribuía todos los males de su institución: las llamadas plataformas, pequeños grupos de poder y presión que se movían por la universidad bajo unas supuestas banderas políticas casi nunca avaladas ni por los partidos correspondientes, ni siquiera por los carnés que certificarían la militancia pública de sus miembros.

    El leit motiv con el que llegó Casares a Fonseca era “recuperemos a esencia”. De acuerdo con él y apoyado “nun equipo de goberno cohesionado, comprometido coas persoas e capacitado para desenvolvelo” (Programa electoral, 2010) se trataría de recuperar el sentido institucional de la USC con un proyecto independiente. Poca esencia se fue recuperando cuando comenzó a desarrollar su visión exclusivamente personal del gobierno a base de intentar llegar a acuerdos con los grupos a los que se había enfrentado y sobre los que había siempre sembrado la sombra de la sospecha, tal y como continuó haciendo en su mensaje de despedida, cuando afirmó que él no se había beneficiado de la universidad. Si suponemos, como es de justicia hacerlo, que ningún rector anterior se había beneficiado de la universidad y todos la habrían servido con lo mejor de sus fuerzas, destacar en el mandato de uno mismo esta virtud puede no resultar muy acertado desde un punto de vista retórico. No obstante, la sutileza verbal no es una de las capacidades del químico Casares.

    Como “a ilusión non se recupera soa. Súmate”, según rezaba su programa electoral, las deserciones de su equipo no fueron suplidas por los apoyos de quienes tenían la obligación de criticarlo racionalmente y que aspiraban a sustituirlo en el cargo, como así será de un modo u otro. Y así surgió la sorpresa: la política personal de alianzas nunca funcionó, y el rector perdió casi todas las votaciones en el claustro, gobernando tres años una universidad sin presupuestos con la anuencia culpable de quienes se oponían a él. Si la universidad fuese una institución pública como las demás, el rector habría dimitido por coherencia. No lo hizo porque siguió considerando que él podría arreglarlo todo, año tras año, según iba perdiendo las votaciones y su prestigio. Pero él no fue el único culpable, ya que al fin y al cabo cada uno tiene el carácter que Dios le dio; también lo fueron los líderes de la oposición, incapaces de consensuar un candidato alternativo, ya que aquel al que correspondería institucionalmente presentarse, Lourenzo Fernández Prieto, provenía del equipo del rector Barro, del que se había ido a mitad de mandato y tras un conflicto. En esta situación, un acuerdo con los herederos de rector Barro era prácticamente imposible y como nadie quería arriesgar nada, por eso el rector siguió pilotando a bandazos su nave, batiéndose con tirios y troyanos, enfrentándose con la Xunta lo suficiente como para declarase hostil, pero no lo bastante para satisfacer a otros grupos más radicales de esa oposición que a veces era su oposición y otras su aliada.
    Muy mala es la soledad del mando cuando no se puede ser un tirano, y Juan Casares no podía ni querría serlo. Y es esa soledad de quien ve la batalla desde la colina, la que a lo largo de la historia ha explicado miles de errores e incluso la pérdida del sentido de la realidad, cuando hay que defenderse con uñas y dientes de los ataques que llegan por todos los flancos. Acabó su mandato con otra derrota y un conflicto sobre la convocatoria de unas cátedras que no solucionaba nada y necesariamente iba a abrir heridas en unos o en otros. En él su asesoría jurídica aseveró con omnisicencia en un dictamen (12, 2, 2014), utilizándolo como fundamento jurídico, que “ o resultado de dividir por 0 sempre é 0” Pues no, lo saben los niños de secundaria y Juan Casares también: todo número partido por cero es infinito. Es una lástima que la suma del mandato de un científico también haya sido, por error aritmético y cerrazón jurídica, cero, pues del cero nada sale y debemos aspirar siempre al infinito, aun sabiendo que nunca vamos a conseguirlo.

    El autor es catedrático de Historia

    01 mar 2014 / 20:30
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