Mandanga ‘okupacional’

AHORA QUE LA CRISIS ataca cada vez más fuerte y que en la calle hace más frío, casi todos tendemos a mirar con cierta complicidad a quienes se buscan la vida como pueden, ya sean perroflautas, gorrillas, okupas sin pretensiones o currelas sumergidos. Si un vagabundo no tiene dónde dormir y hay casas que llevan años abandonadas, ¿de verdad es ético y moral echarle en cara buscar un resguardo de la lluvia? Rotundamente no. Lo malo es que en este santo país tendemos a ser muy duros con quienes no tienen donde caerse muertos, quizá porque sus pintas pobretonas y sus cartones de vino barato dan mala imagen a las ciudades, y en cambio nos mola mucho ser complacientes hasta el extremo con quienes asaltan propiedades ajenas y aprovechan estas acciones para vender su progresismo barateiro.

Un ejemplo claro lo hemos tenido, de nuevo, con los okupas de la Sala Yago. Nada hace pensar que sus inquilinos se refugiasen allí guiados por la necesidad de encontrar cobijo, e incluso es posible que algunos sean hijos de papá con una casa plagada de comodidades. Son, en suma, okupas burgueses metidos a revolucionarios de pacotilla e ideólogos de todo a cien que dicen querer cambiar la sociedad. Una sociedad por cierto que, pese a la crisis, jamás conoció mayores índices de bienestar y libertad. Mirad cómo actúan, cómo hablan, y verán que su supuesto discurso moderno huele en realidad a rancio que tira para atrás. ¿Qué es eso de la cultura alternativa? ¿En qué consisten sus comiditas "liberadas de sufrimiento animal"? ¿Por qué mezclan las churras del vegeterianismo de toda la vida con las merinas del movimiento indignado? Y en fin... ¿a quién pretenden engañar con tanta mandanga? Que vuelvan a okupar si lo desean, y que resistan cuanto puedan si el cuerpo les pide salir de la rutina, pero que se dejen ya de discursetes cansinos. A los parias, barra libre. A los impostores, ni agua. Y aún menos techo por la cara.