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Macron, Sánchez y la hora de Europa

    MÁS allá de la batalla por la esencia del independentismo que se ha mostrado ayer en las calles de Barcelona, lo cierto es que Europa se ha reinventado un poco allí. No es una cumbre cualquiera, porque se produce en un momento crucial. Europa en crisis, con una guerra próxima que emborrona el futuro, pero sobre todo el presente, que hace añicos una forma de vida, y que sorprende en un contexto de democracias que consideramos asentadas. Reinventar Europa, incluso a pesar de las crisis internas, es una tarea que tiene que ver con la seguridad y la solidaridad. Que España y Francia se presenten antes sus socios con una estrategia sólida, que subraya el compromiso de este arco Mediterráneo, y debería fortalecer el tantas veces denostado sur, me parece un paso necesario en momentos de tribulación.

    Así que, en medio de la pugna local, ha brillado la idea de la comunidad de intereses, del soporte mutuo y del refuerzo de vínculos, lo cual representa muy bien la idea de Europa. Esto es aún más importante en tiempos de incertidumbre y de asedio a los valores democráticos. Para Sánchez, que enfila una campaña electoral difícil por varias razones, el escenario internacional sigue siendo el lugar más confortable. Pero también para Macron, que ha visto comprometida la defensa del ideario de Europa por la presión, a veces agobiante, de la ultraderecha, y, no en menor medida, por los conflictos sociales que han sacudido Francia en varias ocasiones.

    Macron representa un europeísmo creíble en tiempos de gran inestabilidad, pero, aunque no haga ascos al liderazgo propio (con Meloni en Italia, Alemania sumida en algunos debates y el Reino Unido fuera de Europa), lo cierto es que el establecimiento de un tratado bilateral del máximo nivel con España sólo puede traer beneficios para ambos países. Y también para Bruselas. Es tiempo de unión, de fortalecimiento, de cultura democrática sobre cualquier otra cosa. El único relato posible hoy es el relato paneuropeo. Ya lo era hace tiempo, pero ahora tiene mucho más sentido ante las amenazas y el estallido de la guerra. También ante la crisis energética. Y ante la crisis climática.

    Existe muchas veces la tentación de deshacer lo hecho, de minarlo hasta dejarlo caer, creyendo que se puede hacer mejor, convirtiendo el presente en tábula rasa, despreciando logros que se consideran fruto de un contexto viciado. Pero los males del adanismo están bastante contrastados. Nada empieza de verdad de cero, ni debe desdeñarse el aprendizaje que proporcionan los errores. La perfección es a menudo arrogante. Y puede ser notablemente pueril, sin duda uno de los males de este tiempo. Una Europa madura debe asumir las dificultades y la complejidad, no dejarse engañar por el relato simplista, maniqueo, falso. Ese relato que ya ha hecho daño en otros países, y no sólo en Estados Unidos, y que representa el abandono del pensamiento crítico y del pensamiento profundo. Ese no es el camino.

    Convendría no medir la cumbre entre Sánchez y Macron con una cierta mezquindad localista. Aunque nadie dude de que momentos así favorecen a los políticos en sus empeños, electorales o no, presentándolos con una aureola de influencia global, lo cierto es que están en juego cosas muy importantes, como la apertura que representa Europa y su defensa del pluralismo, de las culturas, de la ciencia, al tiempo que crece en solidaridad y apoyo mutuo. Sólo así se podrá superar la niebla que nace de la incertidumbre.

    20 ene 2023 / 01:00
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