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El alcalde 2.0 nos quiere robar la Navidad

    ERRAR ES HUMANO y disculpable, incluso cuando quien yerra tiene la responsabilidad de gestionar la cosa pública. Empecinarse en el error es un síntoma de mesianismo enfermizo, y resulta intolerable en un gobernante. Sospechamos el año pasado que el alcalde 2.0 quiso robar la Navidad a los compostelanos –un clásico del imaginario popular desde que Dr. Seuss publicó en 1957 ¡Cómo el Grinch robó la Navidad!, que Holly-wood convirtió en un clásico universal–, pero le concedimos el beneficio de la duda en su deslucido estreno en Raxoi. Lo de este diciembre, sin embargo, nos parece pura y llanamente un insulto a las tradiciones, la patética perseverancia de un regidor desnortado en el agravio gratuito a una aplastante mayoría de ciudadanos que aspiran a algo tan lógico, y tan fácil de conseguir, como disfrutar de la capital de Galicia vestida de luces, bullicio y alegría. Ocurre que el alcalde 2.0 vive en su burbuja, no escucha el clamor de la calle, le produce sarpullidos cualquier cosa que huela a tradición y se ha marcado el vergonzoso reto de robarle la Navidad a Compostela. Mientras Vigo (con regidor socialista), A Coruña (con regidor de las mareas) y Ourense (con regidor popular), por poner solo tres ejemplos plurales, brillan esplendorosas y se zambullen con alegría en el ambiente navideño –para satisfacción de hosteleros, comerciantes y vecinos, lo decimos con envidia–, los santiagueses vuelven a ser castigados con una iluminación cutre y escasa, contratada tarde, mal y con desgana. Y ahora no tiene, ¡ay!, el inquilino de Raxoi disculpa posible en la que atrincherarse. Desnudas de alumbrado navideño las dos grandes plazas –Obradoiro y A Quintana– y la gran arteria de la zona monumental –Orfas, Caldeirería y Preguntoiro–, la capital rumia su indignación contra un alcalde –¡cúidate de los idus de diciembre!– que confunde tradiciones con ideología, churras con merinas, y al que solo le falta enviarnos a campos de reeducación, al estilo de Kim Jong-un en Corea del Norte, o a los gulags estalinistas. Que sepa Martiño Noriega que su burdo juego para robarnos la Navidad –a medio camino entre el gran timonel de tres al cuarto y el aldeano acomplejado– no solo ofende las tradiciones más hermosas, también ataca las libertades. Que sepa, también, que los santiagueses no se lo van a consentir.

    09 dic 2016 / 22:00
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